miércoles, 25 de junio de 2014

Lo que ninguna mamá te cuenta antes de parir Parte 1

¿Cómo describes un orgasmo? Una vez una persona que atendí hace ya muchos años y que no tenía la capacidad de sentir orgasmos me contó que una amiga muy muy cercana le dijo que era como "un huevito que se quiebra"... que extraña manera de describirlo, pensé para mi. Sin embargo, me di cuenta que es muy difícil la descripción de experiencias radicadas en la raíz de tu emocionalidad más íntima.

¿Cómo puedo entonces describir la experiencia de un hijo?
Siempre pensé que las mujeres que decían que toda la experiencia del embarazo y el parto era lo más "maravilloooso" que les había pasado en la vida, exageraban para quedar como madres abnegadas y perfectitas. Pero y vuelvo a la pregunta ¿Cómo puedo describir yo la experiencia de un hijo? Recuerdo el día en que mi marido cayó en cuenta que tenía atraso en mi periodo. Tiré las cartas de mi tarot y le dije: nooo, no dice nada de embarazo. Luego partí caminando a la farmacia, me compré un test de embarazo. Pasé a la botillería y me compré un paquete de Belmontt. Encendí uno apenas salí de la botillería. Caminé despacio para alcanzar a fumarme el pucho. ¡Ya! Nada que hacer. Entré al baño, metí el aparatito bajo el chorrito y a esperar... Positivo. Recuerdo que lo primero que hizo Will fue tomar el paquete de cigarros y arrojarlo al basurero.... ¡Mierda! A partir de ese momento la cosa se me hace confusa, casi como un sueño, y cuando comenzé con síntomas graves de pérdida, pasé al "modo terror". Estuve dos meses acostada. No podía ni siquiera levantarme a bañar. Me bañaban en la cama. Cuando se me acabó la licencia volví al trabajo. Duré dos días y a la cama de nuevo. Volvió la sangre y el terror. Mientras tanto acumulaba fotos de nuestro hijo en forma de huevito y después de punto con cola que latía. Los desgarros siempre pasaban por el lado de él. ¡Resiste que te quiero conocer! Le decía mentalmente porque encontraba ridículo hablarle a una guata y también porque anticipaba lo devastador que sería una pérdida... y resistió. Creció, pateó y hasta le daba hipo. Se ponía más activo en las noches cuando llegaba Will. Parece que le agradaba la voz. Volví a trabajar durante un mes hasta que una contracción me recordó que la cosa no iba a ser fácil.

Mi marido pasó a ser casi mi amigo. El sexo no existía para mí ni lo encontraba necesario. Mis hormonas me habían castrado.

¡¡Tenía terror al parto. Terror a las agujas, a la anestesia, a que se asfixiara, a morirme!! Tenía siete meses de gestación y no le había comprado ni un calcetín. No quería ilusionarme. No quería incluirlo en mi vida y que se fuera.

El día que mi primer hijo nació tenía 37 semanas y un día, casi un mes antes de la fecha de término del embarazo. Me sentí mal desde la mañana y pensé que el aparato toma presión que mi hermana me había prestado estaba malo porque marcaba muy alto. Nadie me pudo acompañar. Pedí un taxi. Tomé mi cartera (nunca me acordé de la maleta) y me dirigí a la clínica. La matrona me retó porque llegué sola y la encontré "cuática". Había que sacarlo de urgencia. Estaba con sufrimiento fetal.

La vía venosa me dolió más que la epidural. Cuando nació todo quedó en silencio por segundos que me parecieron una eternidad. Y el llanto de Gabriel me devolvió el alma al cuerpo. Era bonito. No "bonito" sino objetivamente bonito.

No había conocido el dolor hasta que empezó a mamar. Puta que duele. Pero pasa. Y es lindo amamantar. Reconforta. Te vincula. Creo que esta es una de las primeras experiencias que te marcan como madre.

El día que llegamos con el hijo de vuelta a la casa caí en cuenta que era para siempre. No era un préstamo ni el sobrino que te prestan por el rato. Me saqué la ropa y el espejo del baño me devolvió otra realidad. Ya no era la embarazada linda y redondita que veía todos los días. Comenzé a llorar y mis pechos junto conmigo. Creo que durante el primer mes pagué el noviciado de ser madre. Es lindo, es intenso, es aterrador y doloroso. Y aún sigo sin poderlo describir.



jueves, 13 de marzo de 2014

Mi teta indignada

El año 1997 una amiga alemana que viajó con sus hijas pequeñas a su país natal, me comentó que era impresionante la animadversión que existía hacia los niños y niñas y todo lo que derivara de ellos: sonidos, fluidos y obviamente el amamantar.
Me dio lo mismo. En esa época ni pensaba calentarme la cabeza con esos temas. Además me parecía una realidad tan tan lejana, que llegaba a ser un poco extraterrestre.
Pero llegó el día. Fui madre. El primer día que me tocó hacerlo en público (fuera de la clínica) fue en la consulta de mi doctor. Estaba desesperada, avergonzada y sudaba. Gabriel tenía hambre, era un hecho. Tenía 7 días de nacido. Lo tomé y me lo puse al pecho, tapándolo con un pañal. Inmediatamente a pesar de su corta edad, estiró la mano y derribó la pared del pañal. Me morí de plancha. La cabeza del niño era menos de la mitad de mi teta. Me subí el pañal de nuevo y vuelta a derribar. Tenía a mis papás al lado, pero estaba al borde de las lágrimas. No era coincidencia. Mi enanito chico no quería el pañal encima de él. Listo. Asumir no más. Desde ese día amamanté en el paradero de micro, en el metro, en el cine, en los parques, restauranes, en casa de amigos y en todos lados.
Vi a lo largo del año algunas caras de curiosidad, otras de ternura, otras de desaprobación y otras de calentura. Llegó mi segundo hijo. Ni siquiera lo intenté tapar. Ya con la experiencia del primero, se dio de manera natural.
Hoy me encuentro con un artículo de LUN en donde un dependiente saca a una madre del Restaurant porque estaba amamantando. Me horrorizo. Me acuerdo de Alemania. ¿A dónde hemos llegado?... ¿Esos son signos de modernidad? Mi teta está indignada. Cuanto más hay que tolerar en pos del "desarrollo": ¿La absoluta despersonalización de las relaciones?¿La negación, la discriminación y el descrédito social de un acto fundacional de ser persona?  Me niego a aceptarlo y permitirlo. Cuando fue que asumimos que las cesáreas y las leches de tarro siempre son lo mejor. Cuando fue que nos compramos la pomada de la máquina económica de parir y alimentar.
Creo que hay que decir y gritar un gran BASTA. Solidarizar con los niños y niñas, con las madres y futuras madres y también con las que nunca lo serán por el motivo que sea.   

 http://www.lun.com/Pages/NewsDetail.aspx?dt=2014-03-13&NewsID=261247&BodyID=0&PaginaId=2 
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martes, 11 de marzo de 2014

La pulsión de escribir

Necesito escribir. No se porque. No se porque ahora. Es como el reflejo del vómito. Necesito hacerlo. Pero ¿que escribo? Que puedo decir que no resulte ñoño o cursi. Ni idea. Viendo los preparativos para el cambio de mando, el cual está a punto de producirse he caído en la cuenta que de alguna manera he sido testigo de muchas cosas.
Chile ¿es un país distinto hoy? Y si lo es, ¿lo es para mejor?
Recuerdo de niña una imagen clara e inamovible casi: mi mamá y su mamá siempre en la casa. Cuando mi mamá salía... ¿Adonde salía? Mmm.. al médico porque alguno de nosotros se había enfermado. En la tarde siempre a comprar el pan; momento en el cual aprovechaba de socializar con las vecinas conocidas que se encontraba en su corto recorrido. ¡Ah! y a reunión de apoderados, que tengo la idea eran menos de las que hay ahora. No existía el mall.
¿Éramos pobres? No. ¿Éramos ricos? Absolutamente no. La ropa era heredable. Soy  la última de cinco hermanos así que calcularán la calidad de la ropa o de los harapos, depende. Había ropa que ansiaba heredar, era símbolo de ir creciendo.
Vivíamos en una casa en Ñuñoa de 500 mts. cuadrados totales. Teníamos damascos, mandarinas, limones y la infaltable uva en verano. Tuvimos tomates, ¡maní!, choclos, orégano, menta, boldo, ruda (escudo para las brujerías). Gallinas, conejos. Siempre tuvimos perro que comía las sobras de nuestra comida y nunca pensamos que fuera maltrato animal. Vivíamos 10 personas allí. Ahora viven 100 en el mismo espacio, apilados en departamentos.
La primera televisión a colores la trajo mi hermano en el año 1990. El teléfono fijo llegó el año 1988. Mi papá lo había pedido a la CTC (Compañía de Teléfonos de Chile, actual Movistar) el año 1986 a raíz de la enfermedad de mi abuela. Murió en 1987. El celular era una invención del super agente 86. Sólo ciencia ficción.
El lujo máximo que tuve fue mi gloriosa bicicleta CIC. Azul metálica con canastito. La compró mi papá en la Comercial Gasco, con el vale del viejito pascuero. La elegí yo.
Mis máximas entretenciones de verano: leer, jugar con el perro, andar en bici en el parque Pucará. Vamos al parque a "ver comer helado", decía mi papá. ¡El helado!... 3 o 4 porciones sólo en verano. Y el de piña sólo para año nuevo.
El auto llegó a nuestras vidas el año 80. Una Renoleta año 1973 (Renault 4). El bólido celeste le apodó mi papá. Cabíamos 7 personas en esa nave. ¿Cómo? No sé. Nunca usé silla de seguridad. Lo que sí, mi papá me construyó una banquita de madera que instalaba primorosamente en el maletero de la Renola, cuando iba muy llena. Al final, se la llevó la recesión el año 82.
El viaje más largo que hice fue a Puerto Montt, en la Renola, a 50 km/hrs. Demoramos dos días enteros. ¡Otro mundo! Me bañé en el mar, en los lagos. Llovía a veces. No importaba. ¿Ropa especial? Para nada. Si llovía, chaleco de lana. Si había sol, la solera. Obvio.
Las únicas que no fumábamos era mi abuela y yo. Mis hermanas lo hacían a escondidas. Siempre se fumaba dentro de la casa. Era parte del ritual de sobremesa de mis papás. El tufo a tabaco era el olor que conocía de mi papá cuando me daba la mano para llevarme al jardín. ¡Sí! Mi papá era un hombre poco común en esa época porque me llevaba al Jardín Infantil, el cual funcionaba en su trabajo. Habían vecinos que lo ensalsaban en la micro: ¡ese es un padre de familia! le gritaba a boca en jarro un viejito medio chochito.
De vuelta nos pasaba a dejar don Julio en su viejo Land Rover o Carlitos en su huevito BMW, el cual era mi favorito, porque era idéntico a una nave espacial. No habían tacos. No había horario punta. No había restricción. No habían vías reversibles. Casi no habían semáforos en la ruta Hamburgo - Pocuro.
No había cajeros automáticos ni redcompra. En el almacén había una libretita con lo fiado, con el nombre de la vecina. Si. Casi siempre eran las mujeres que ponían la cara para pedir. No se firmaban pagarés.
Mi máxima chanchería dulce eran los berlines. Mi mamá me convenció que me había dado tifus por comer tantos.
No habían partidos políticos. Sólo Pinochet en la tele y su séquito. Que asco. Los símbolos patrios eran propiedad del dictador. Mi papá nos prohibió hablar de cualquier cosa que oliera a política. Nuestra vida, según él dependía de aquello. Me mandó al colegio todos los días que hubo paro nacional. Mis compañeros pensaban que yo era de familia pinochetista. Todos mis colegios fueron públicos y con número. Lo colegios particulares eran sólo para los ricos. No existía el medio pelo. No existía los subvencionados. Tenía un compañero que se desmayaba de hambre. Regalé la leche y las galletas a escondidas de las profesoras. Eran como arena líquida y arena sólida, pero así y todo a mi compañero le fascinaba. Tenía los ojos azules y los dientes negros.
Todo lo que sabía del mundo lo sabía de los libros, de los diccionarios. Lo que no lo tenía en casa, lo buscaba en la biblioteca municipal y mucho más tarde en la nacional. Escribía resúmenes de los libros. Dibujaba las ilustraciones.
Mi aspiración era la universidad. Fantaseaba siendo veterinaria y teniendo mi propio departamento. Soñé comprarme un Peugeot 205, 3 puertas. Nunca lo hice. Demasiado caro. Nunca fui veterinaria. La sangre me espantó el sueño.
El primer celular me lo compró mi papá cuando me fui a vivir sola. Negro, Entel, con tapa y antena extensible. Lo apagaba para subir a la micro o andar en la calle. Me daba vergüenza usarlo. No quería parecer loca hablando sola.
Mis máximos lujos: algunos vinilos de The Beatles comprados en el Bio-Bío. Aún los conservo.
La marihuana la probé a los 24 años, con dos de mis más queridos amigos con los cuales aún me relaciono. Nunca me torné adicta. Nunca compré un pito.
¿Habrá sido mejor criar niños en esa época?. Quizás. Me reencuentro con el mundo de los niños a mis 34 años. Vieja, vieja si lo comparo con mi madre, quien parió a su primer hijo por parto natural  a los 21 años. Año 59. Esta vez estoy del otro lado. Volver a trabajar después de tenerlos fue morir un poco. Mis hijos dicen que el día favorito de ellos es el sábado porque yo no voy a trabajar. Los cuida una nana. Casi no los veo levantarse. Volvemos a la casa a las 19:30 hrs. Tenemos que comer, conversar y hacer tareas. Todos los días. A veces sólo quiero que se acuesten a dormir. Me salto el rito del beso y de "que sueñes con los angelitos y conmigo al ladito". Me da pena. No concilio el sueño. Subo y los beso dormidos.Ya no me escuchan. Ya no se percatan.
Ven televisión satelital. Saben más del mundo y del universo que yo a mi edad. El mayor ahorró para una "tablet" y quiere ser mi socio si me instalo con una pastelería. Pelean por el teléfono casi todo el tiempo. Los tengo que mandar a jugar en calidad de castigados al parquecito (dentro del condominio). Saben de colores políticos, de derecha e izquierda, de quien fue Pinochet. Saben que los dinosauros se extinguieron y que puede ser que la raza humana también.
Hablan con sus abuelos y tíos paternos por videoconferencia. Quieren ser bomberos y físicos nucleares, químicos. No entienden lo que hace una Asistente Social, por más que se los explico.
Tengo terror de que se me desvanden. Mirarlos y que tengan 16, 17 y no conocerlos, ni poderlos controlar. Tengo miedo a que sufran.  Tengo miedo a irme antes.

lunes, 10 de febrero de 2014

Aniversario Nº 8

Tengo que confesar que a veces, no me gusta tu forma de ser, 
luego te me desapareces y no entiendo muy bien porque.

No me gusta que dejes las cosas destapadas. Y por cosas digo la bebida (soda), la olla con el arroz, la tapa del baño, el tarro de café. Tampoco me gusta que dejes la toalla húmeda en la cama ni en el piso, puaj.

No dices nada romántico cuando llega el atardecer, te pones de un humor extraño con cada luna llena al mes. 

Es verdad,  nunca dices nada romántico, pero el amor que nos profesas a mí y a nuestros hijos, lo dices con tus actos. El único que va a comprar pan con 35ºc y no alega eres tú.  En cuanto al humor: Si. Te pones extraño cada cierto tiempo y ahí se que te falta montaña, te falta contacto con la naturaleza, te falta hablar con tu madre y hermanos. No puedo criticar tu genio, yo soy una Hulk al lado tuyo; bueno algunos días al mes.

Pero todo lo demás le gana lo bueno que me das, solo tenerte cerca, siento que vuelvo a empezar. 

Prefiero tenerte cerca que lejos.

Tengo que confesarte ahora, nunca creí en la felicidad, a veces algo se le parece pero es pura casualidad.
Luego me vengo a encontrar, con tus ojos me dan algo más, solo tenerte cerca, siento que vuelvo a empezar.

Es verdad. Hay momentos en la vida en que uno dice no: esto no existe. Son cosas de películas o cosas que le pasan a otra gente que nunca voy a ser yo. Pero sí. El amor existe, y si te puede suceder.

Yo te quiero con limón y sal, yo te quiero tal y como estas no hace falta cambiarte nada.

La mezcla de limón y sal siempre me ha encantado. Por eso cuando conocí la minuta salvadoreña (granizado de sal y limón), supe que era el hombre correcto y del país correcto. Y si. Te amo tal y como eres y valoro que tu también me ames tal y como soy. Ese es el mejor piropo que me pueden dar.

Feliz Aniversario 2014


jueves, 19 de diciembre de 2013

¿Que diría mi abuela?

¿Qué diría mi abuela si probara mi charquicán que compré congelado listo para calentar?
¿Qué diría mi abuela si me viera hablando sola en la calle con un aparato negro sacado de película de terror? 
¿Qué diría mi abuela si viera que pago las cuentas mediante una extraña máquina de escribir con pantalla de televisor?
¿Qué diría mi abuela si viera que en el barrio en el que vivimos tantos años (Ñuñoa) no queda ninguna casa?
¿Qué diría mi abuela si notara que para comprar un carrete de hilo tengo que ir a una cosa monstruosa que llaman mall?